Las reflexiones en voz alta, de este tema, terminan hoy. Todas han tenido la línea de enganche de que lo mejor que nos puede pasar es que de una vez por todas las listas abiertas sean una realidad y no flor de primavera. No se si esta forma de elegir a nuestros representantes mejorará la imagen de la política que los ciudadanos/as tienen actualmente pero lo que esta más claro que el agua de solares es que no es soportable que más de la mitad de las personas con derecho a voto se queden en su casa pasando olímpicamente de si manda uno o manda otro, eso da sensación de que les da igual ya que todos son igual de malos.
En Suecia hay un sistema de listas abiertas que podríamos llamarlo mixto, el elector tiene la posibilidad de votar por un partido y por su candidato preferido dentro de su lista, aunque puede no pronunciarse acerca del candidato y dejar esa elección al partido pareciéndole bien el orden de los propuestos a salir, o sea las dos opciones en una. Si quiere marca un candidato de la lista del partido que vota y si confía “ciegamente” en su partido pues nada, no marca nada. Luego, el número de votos individuales es el que determina el orden de los candidatos dentro de cada partido. Creo que para que ese voto individual tenga efecto, el candidato tiene que alcanzar un umbral mínimo. Si no llega a él, será el orden fijado por el partido el que se considerará.
También hay sistemas, como el finlandés, en los que sólo se puede votar a candidatos individuales. No se puede votar simplemente a un partido, sino que hay que elegir entre los candidatos que haya de dicho partido. De hecho, para evitar que el voto por un partido sea sustituido por el voto a su candidato más popular, nadie puede presentarse en más de una circunscripción, lo que obliga a elegir entre los candidatos locales. Cuando hablo de locales me estoy refiriendo a comarca o zona electoral.
Otros sistemas, como el suizo o el luxemburgués, exigen la emisión de tantos votos como escaños haya en esa circunscripción. En estos casos es posible, incluso, votar a candidatos de distintos partidos. Esta ultima formula es el sumun de la democracia, incluso se puede votar a personas de diferentes partidos políticos, más o menos como en las elecciones del senado que puedes marcar 3 nombres sin importar si pertenecen a un partido o a otro.
La principal ventaja de los sistemas que cuentan con listas abiertas es que los partidos tienen un poco menos de poder y éste se traslada a los electores. Además, al tener que buscar votos para sí mismos, los políticos se ven obligados a pronunciarse sobre aspectos “polémicos” para que los electores conozcan sus posturas. Esto debería llevar a que los “mejores” sean los que luego obtengan escaños, sin primar tanto la lealtad al partido que elabora la lista ya que la ultima palabra la tienen los votantes, ahora también la tienen pero como son listas cerradas el votante aunque sepa que en los puestos de salida hay un/una impresentable o vota en bloque a toda la lista, o se queda en casa.
La culpa evidentemente es del sistema, si hubiera una ley que dijera que para que las elecciones sean válidas tienen que votar un mínimo el 51%, o una segunda vuelta si no se llega al x %, seguramente hace tiempo que estaríamos hablando de propuestas para cambiar el sistema. Sorprendentemente si esta regulado cual es el corte para salir, el 5 por ciento pero no el mínimo de votos ya que seguramente los que lo plasmaron en el papel, pensarán que el tema de la decadencia y por tanto del desprecio de los ciudadanos por ir a votar no sería el que actualmente vemos elección tras elección.
A los políticos profesionales, les da igual ya que pase lo que pase el reparto es el mismo voten 5 que 5000, pues nada, la noche electoral entonan el meaculpa con la boca pequeña y a vivir que son dos días. Incluso en las pasadas legislativas había un debate encubierto de que unos animaban a ir a las urnas, cuantos más fueran más beneficiados salían ellos, y otros no es que dijeran no ir a votar pero si que si iban menos les favorecía.
En definitiva, como dice alguien por ahí, una verdadera pena, por no decir vergüenza, a la situación que hemos llegado.